¿Cómo vas con el logro de tus sueños?

¿Cómo vas con el logro de tus sueños?

Ya lo dijo S. Freud: “el que ama, se hace humilde. Aquellos que aman, por decirlo de alguna manera, renuncian a una parte de su narcisismo”.

He dicho ya varias veces el gran orgullo que me da mi profesión y las enormes satisfacciones que con él me llevo a diario. Sin embargo, pocas veces menciono las lecciones que mis pacientes me enseñan durante sus tratamientos. Hoy quiero contarles un poco sobre Mary.

Cuando Mary entró al consultorio, de inmediato comenzó a llorar, se notaba la desesperanza en su mirada. La tristeza con la que lloraba contagiaría al ser más insensible. Se sentía derrotada, todo aquello por lo que había luchado los últimos años se había perdido, se sentía muy culpable, a momentos pensaba que sólo había mal gastado su tiempo, que jamás debió soñar tan alto. Los demás la criticaban y le señalaban lo tonta que era. Desde que era niña lo había creído, así que ahora no tenía duda, era una tonta. Le dolía el egoísmo y la maldad de algunos que la habían traicionado sin pensar en que ella perdería su gran sueño. Ahora parecían no importar las decisiones tomadas, los esfuerzos, las batallas vencidas, los miedos superados.

Al escuchar su historia comprendí el significado real de ese término tan de moda hoy en día: “superación”. Entendí lo que implicaba realmente esforzarse y luchar por alcanzar un sueño. Mary había tenido una vida de carencias económicas y afectivas; la esperanza no le había alcanzado para saciar su sed de más. Así que cuando tuvo el poder de decisión y la libertad de acción, dispuso todo para alcanzar su sueño. Dejó atrás a personas que no estaban de acuerdo, se alejó de aquellos que no compartían su felicidad, se apoyó de quienes la querían y compartió los pasos con aquellos a quienes admiraba. Puso todo de ella para lograrlo y aun así no fue suficiente.

Los fracasos son parte de la vida, tal vez la sal y la pimienta que nos hacen disfrutarla más. Sin estos tropiezos la vida no sería tan maravillosa. Sin los errores o equivocaciones no tendríamos la oportunidad de corregir nuestros pasos, no podríamos redirigir el timón y acomodar las velas para aprovechar mejor el aire que nos pueda llevar hacia la isla de nuestros sueños. ¡Ah, pero cómo duelen! Sea un fracaso amoroso, laboral o familiar; duele y duele mucho.

Y puede ser justo entonces, cuando fracasamos, que encontremos lo necesario para alcanzar nuestro sueño. Pareciera que es ante los fracasos cuando más vulnerables somos, pero no, es en la cúspide del éxito cuando estamos más propensos a rompernos. El orgullo nos embriaga y creemos poderlo todo. Pensemos en aquella ocasión que nos enamoramos, cuando creímos haberlo encontrado todo, éramos tan felices que no dudamos, no cuestionamos, todo lo entregamos. Y caímos. Y dolió. Ya lo dijo S. Freud: “el que ama, se hace humilde. Aquellos que aman, por decirlo de alguna manera, renuncian a una parte de su narcisismo”. Los sueños se aman aun antes de alcanzarlos, y no hay otra forma de alcanzar aquello que tanto añoramos que amando el proceso y siendo humildes.

Nuestros sueños son los frutos. Si deseamos llegar a tenerlos es necesario regar el árbol, ponerle abono y cuidarlo de las plagas. Es cierto que no todo en la vida depende de nosotros, es necesario saber esto y, como dijo Freud, deshacernos de nuestro narcisismo; sin embargo lo que nos hará triunfar o fracasar en el logro de nuestros sueños sí depende de lo que hagamos o no hagamos, de las personas con las que nos relacionemos, de lo que escuchemos, leamos o veamos. Depende también de aquello en lo que gastamos nuestro tiempo, de la forma en la que reaccionamos ante aquello que nos sucede o no nos sucede jamás.

Mary fue humilde, aceptó que cometió errores, se dio cuenta del camino que la llevó al fracaso. Lloró y se enojó, se atrevió a enfrentar su dolor y su tristeza. Sesiones enteras se quejó de los demás (es inevitable), sin embargo, llegó el momento en el que se vio a sí misma. Se secó las lágrimas y se enfrentó nuevamente a su sueño. No lo había cumplido aún, así que tuvo que decidir entre dejarlo morir o seguir luchando ahora con lo aprendido a cuestas. Aún recuerdo la primera sesión que sonrió. Era otra mujer, los demás se lo decían y ella lo sentía. Estaba decidida a intentarlo nuevamente.

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