La metáfora del taco callejero -sobre el amor ligero-

La metáfora del taco callejero -sobre el amor ligero-

Cuando decides amar por hambre… la necesidad de sentirte acompañado, esa urgencia por dejar atrás la soledad.

De entre las metáforas que recuerdo haber usado para explicar algo durante mis clases, me gusta especialmente una. La llamo “el taco callejero”, y a todos nos ha pasado al menos alguna vez: tienes tanta hambre que lo único en lo que piensas es en comer. Vas por la calle pensando sólo en comida, escuchas tus tripas crujir y el cuerpo te empieza a doler. Te falta un buen rato para llegar a casa y sólo traes unos cuantos pesos en la bolsa. Lo piensas un poco, y aun cuando no lo acostumbras hacer, decides comprar algo de comer en el primer puesto callejero que encuentras. Sabes que te podría hacer daño, has escuchado todas esas historias sobre salmonela y demás infecciones mortales; pero tu hambre es demasiada.

Ahora pensemos en otra necesidad, tal vez igual de básica que el alimento: el amor. Y es que así como decidiste comerte aquel taco callejero, hay ocasiones en que decides amar por hambre. Tu necesidad de sentirte acompañado, la urgencia por dejar atrás la soledad, el capricho de tener alguna foto romántica que subir a tu muro pesa tanto que no piensas en la calidad de la relación que aceptas. Y es que el amor por necesidad, al igual que un taco callejero barato, hace daño. Te obliga a contentarte con lo que te den, te vuelves conformista y pierdes la esperanza de encontrar aquello que solías soñar.

Recuerdo a Laura, para ella era tanta la necesidad de tener a alguien a su lado, que terminó por permitirlo todo. No es necesario hablar de golpes o infidelidades para que sea una historia terrible. A veces pesa más la frustración, el cansancio, la desilusión constante al ver que tu olmo jamás te dará las peras que tanto le pides. Laura guardaba silencio y esperaba a que otro día acabara, pidiendo en sus adentros “que mañana sea diferente”. No sé quién fue más culpable, si el olmo por no dar peras, o Laura por pedírselas aun sabiendo que no se las darían.

Qué importante resulta ser fiel a nuestros propios deseos, a nuestras emociones y a nuestros pensamientos. Permitir que el agua nos llegue al cuello y nos haga sentir amenazados resulta realmente peligroso, no por el agua en sí, sino por las decisiones que comenzamos a tomar en esos momentos de angustia. Sentimos que no hay alguien a nuestra medida, que estamos soñando muy alto, que jamás lo conoceremos -tal vez ni exista, pensamos-, comenzamos a creer esos consejos populares de “a tu edad ya no estás para ponerte exigente” o “¿y tú para cuándo?”. Laura pensaba así, e intentaba cuanta relación le proponían. Por mucho tiempo se hizo a un lado a sí misma, lo que pensaba, lo que aspiraba encontrar; se desapareció a sí misma del mapa con la única urgencia de que alguien más la viera. Sí, ella deseaba ser vista por algún otro que la amara, sentirse en sus brazos y vivir aquellos momentos maravillosos que anticipadamente había repasado una y otra vez en su imaginación. Y en esa ilusión se perdió. No vio la realidad. No se dio cuenta de que lo que tenía era algo tan diferente que le costaría incluso reconocerse a sí misma en ello. Laura se había comido el taco callejero y ahora sufría una terrible infección.

Creía haber dado lo suficiente, haber hecho las cosas bien -lo que sea que eso signifique- y aún así no había funcionado. Se preguntaba constantemente “¿qué hice mal?”, quería saber en qué se estaba equivocando, por qué no era lo suficientemente buena para alguien. Pensar así se convirtió en un martirio, y a cada momento sentía más y más hambre, estaba dispuesta a comerse lo que fuera. Creía que así dejaría de sentir aquel dolor.

El amor debiera ser una ilusión cumplida a momentos, donde el deseo de más nunca muera sino que se avive con el paso del tiempo. Como una planta que necesita un poco de agua cada día, algunos rayos de sol para calentar las mañanas frías, un buen abono para sobrevivir a los momentos duros y tierra fértil a la cual aferrar sus raíces. Si no recibe esto, si recibe más o menos, indudablemente morirá. Como mueren los amores ligeros.

La historia de Laura aún no tiene un final. Sería absurdo inventar un final feliz y continuar negando la realidad. Sin embargo con su historia podemos aprender mucho. Nos permite darnos cuenta del gran error en el que podemos caer al conformarnos, al decidir con la cabeza y ceder ante necesidades que sólo corresponde a nosotros mismos satisfacer. Ojalá Laura pueda valorarse, acepte sus carencias y sea capaz de ver las del otro. Ojalá llegue a ser libre, tan libre como para saberse fuerte y dejar atrás los motivos que la han hecho entregarse al otro hasta el olvido de sí misma. Ojalá sepa que aquel destino con el que sueña lo puede crear, ojalá no le haga más falta lo que no existe. Ojalá sus motivos para no dejarse amar mueran con su necesidad tan urgente. Ojalá Laura sepa que antes que cualquier otro existe ella. Ojalá.

 

 

 

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