¿Por qué no cumplimos nuestros propósitos de año nuevo?

¿Por qué no cumplimos nuestros propósitos de año nuevo?

Autor invitado: Eumir Cázares

Un nuevo año ha empezado y, como es tradición, los propósitos de año se vuelven el tema de conversación por excelencia entre los círculos sociales. Bajar de peso, empezar un fondo de ahorro, hacer ejercicio, entre otros tantos más, se vuelven propósitos que estamos “emocionados y decididos” a cumplir, al menos, los primeros días del año.

De enero a febrero nos volvemos todos unos modelos a seguir: vamos al gimnasio y buscamos inscribirnos a todas las clases que ofrecen (zumba, spinning, pesas, pilates)… Preparamos con tiempo y dedicación nuestros alimentos buscando seguir, al pie de la letra, esa dieta que hemos elegido en internet, dividimos y designamos nuestro salario de forma tal que quede lo suficiente para empezar a ahorrar. Hasta ahí todo bien.

Pero llega febrero, y esa convicción tan clara que 30 días atrás teníamos se desvanece por arte de magia, dejando de lado esos propósitos que tanto beneficio dejarían en nuestras vidas. Y así, esto se convierte en una tradición anual que suele ocurrirnos a la mayoría de la gente. Entonces llega la pregunta: ¿por qué no logramos alcanzar nuestros propósitos de año nuevo?

La respuesta a lo anterior podemos encontrarla en dos puntos:
1. La construcción de hábitos
2. Las ideas que socialmente prevalecen en la actualidad: la inmediatez y la mayor ganancia con el menor esfuerzo posible.

Cuando hablamos de la formación de nuevos hábitos, es importante prestar atención a lo que nos dice Yesid Barrera en su charla TED “atrévete a cambiar un hábito”. En ella, menciona que el ser humano es un manojo de hábitos, un ser que realiza un sinfín de actividades de forma automática, sin llegarse a percatar completamente de ello. Pero que, en un principio, dichas actividades debieron de haber pasado por la conciencia y la voluntad para llegar a ese punto de automaticidad. Por lo que un hábito, en sí mismo, es una acción que empieza siendo una actividad consiente, pero con la constante repetición, se vuelve una actividad automática.

Durante el desarrollo de un nuevo habito, este llega a ser, en algún punto, frustrante, tedioso y casado. Sin embargo, la paciencia y la constancia, apoyadas en el deseo de lograr alcanzar el propósito establecido (un cierto tipo de fe), promoverán el llegar a dicha meta. En pocas palabras, el llegar a concretar y alcanzar un propósito es una cuestión de hacer, repetir, sobrellevar, y esperar; elementos que no son muy bien recibidos en los tiempos actuales.

Es aquí donde caemos en el segundo punto: somos intolerantes a lo tardado y a lo tenue; queremos que todo sea rápido y muy vistoso. Y cómo no vamos a orientarnos por estas ideas si nos encontramos expuestos al mensaje constante de la inmediatez y el ahorro de esfuerzo, aparatos que, sin el mayor esfuerzo, harán que bajes de peso. ¿Para qué ahorrar si puedes pagar lo que quieras con tu tarjeta de crédito? ¿Para qué comer frutas y verduras si hay multivitamínicos que te dan la energía que necesitas de forma rápida y fácil?

En fin, la inmediatez y la falta de esfuerzo que se socializa en nuestro ambiente hacen que soltemos fácilmente aquellos propósitos que involucran un esfuerzo, que no muestran resultados mágicos y que nos llegan a frustrar porque “no salen como queríamos”.

Es en este punto donde es importante aterrizar en la realidad: todo comienzo implicará dificultad, responsabilidad y cierto tedio; sea el área que sea. Pero, como bien se dice, la práctica hace al maestro. Todo gran pintor, músico o escritor empezó siendo un principiante. Lo que los llevó a ser diestros en sus actividades fue la constancia, el esfuerzo, la paciencia y la práctica continua. Por lo tanto, el que nosotros alcancemos cualquier propósito que nos propongamos, dependerá de que vayamos haciendo a un lado el gusto por la inmediatez y la falta de compromiso, y de que demos la bienvenida a la constancia y al esfuerzo.

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