Y es que a veces pienso “qué fácil es venir y pedir perdón, como si nada haya pasado”
La última vez que me lo pidieron, ni culpa me dio no conceder mi tan valioso perdón. Y es que, oigan, ya mucho le cuesta a uno atreverse a salir del nido cada mañana, abrir las alas y emprender el peligroso vuelo de la vida como para que cualquiera venga y con la cintura en la mano nos haga trizas nuestras ilusiones. Ok, lo acepto, soné algo trágica, pero qué quieren que haga, se me da la dramaturgia.
En realidad esto pasa muy seguido, herimos a las personas, a veces a quienes más queremos sin siquiera darnos cuenta. Y sí, es completamente posible, muchas de estas ocasiones lastimamos a los demás sin tener la intensión -ni siquiera inconsciente- de hacerlo. Sin embargo, creo que esto no nos debiera salvar de la responsabilidad de lo provocado en el otro.
Las responsabilidades luego de regarla pueden ser muchas: encontrar una solución adecuada, reparar el daño (económico, moral; etc.), buscar que se haga justicia, hacer de tripas corazón (¡jajaja!). Y es que también puede suceder lo contrario, que seamos nosotros los que la regamos, y en ese caso, los responsables de pedir y ganarnos las disculpas.
A veces somos víctimas del error o equivocación de alguien más, en otras ocasiones nos causan daño con toda alevosía y ventaja; la vida misma nos tiene preparados pasajes terribles e inevitables. Sin duda también habremos de provocar heridas, porque así es la vida, duele y se sufre. Somos humanos, y sin necesidad de ser malvados o los peores villanos, tenemos la capacidad de causar daño y la vulnerabilidad de ser lastimados.
En muchas de las ocasiones será suficiente con que logremos comprender al otro, incluso a nosotros mismos, porque a veces el enojo y la culpa de la que nos hacemos blanco pesa más que cualquier otro sentimiento. Claro que estos de nada nos sirven, irán dificultando nuestro camino, crearemos una imagen personal muy debilitada, llena de carencias y dificultades; lo lamentable es que a veces esto está sólo en nuestra mente. Basta con hacer conscientes todas estas heridas que nos hemos causado, debido a un pasado doloroso o un presente difícil de transitar, pues al hacer consciente todo esto nos podemos hacer cargo de ello, dejando de responsabilizar a otros y tomando el control de nuestras vidas.
Perdonar no es una obligación, no es igual a olvidar, tampoco depende solo de la voluntad del que desea otorgarlo, el que te hayan perdonado no justifica lo que antes hiciste para que luego tengas plena libertad de volver a actuar así. El que perdona no se posiciona en un nivel moral superior al que pide el perdón. A veces ni siquiera tenemos que hacer el perdón público, basta con reconocer que aquella vieja herida ha sanado, que ya no duele como antes, que lo ocasionado -de alguna forma- se ha reparado y que podemos seguir sin darle demasiada importancia a aquel desagradable fragmento de nuestra vida.
Lo realmente valioso es el poder que cada uno de nosotros tenemos de sanar, sí, el poder de sanar a otros o sanarnos a voluntad. Hay muchísimos ejemplos de ello: las disculpas con responsabilidad, los abrazos con cariño, las palabras dulces, los reencuentros llenos de “te extraños”, las cheves de la reconciliación, los besos arrepentidos; y más situaciones y demostraciones que de tener el valor y la humildad suficiente no debiéramos dejar pasar. Basta con esperar el momento oportuno para cada quien, no es necesario pedir disculpas inmediatamente si no sientes realmente el arrepentimiento o la responsabilidad, y tampoco es obligación otorgar tu perdón si no sientes que tu herida ha sanado. Es cuestión de tiempo, comprensión y honestidad.