Cuando llegué a vivir a la ciudad, hace quince años, todavía tenía esas ansias por comerme al mundo tan características de la adolesencia, la edad en la que probablemente fui más yo. Y de entre tantas historias, tengo claro el día en que le marqué a mi papá y le conté que iría a clases de teatro.
–¿Para qué? Nombre, tú enfócate en lo tuyo. Me respondió.
Yo me quedé con cara de ¿ahora qué hice? Si eres mujer, seguro reconoces esa terrible sensación/emoción. Porque si eres mujer seguro te has intentado salir de la caja, recibiendo después un límite/impedimento claro “eso no es para ti”, “así no es como debes ser”, “esa no eres tú”. Como si los demás supieran mejor que tú misma. Por mucho tiempo estuve enojada con él, por quitarme un sueño, por decirme que no una vez más.
Luego entendí que en realidad fui yo quien, aún a cientos de kilometros de distancia, decidió obedecerlo ciegamente y me enojé conmigo. Mucho tiempo después tuve todo más claro (gracias terapia): ¡yo decidí obedecerlo ciegamente porque fui educada para ello! Otro límite. Para ese momento ya no estaba enojada con nadie, más bien había entendido que así funcionaba ser mujer.
No había necesidad de ir a clases de teatro, ya era una gran actriz. Había crecido actuando un papel que alguien, quien sea, me había entregado. Un papel en el que me decían cómo pensar, cómo sentir y hasta cómo actuar. Así crecí, actuando.
Actuando en la escuela porque quería gustar, actuando en mi casa porque quería ser querida, actuando en la plaza del pueblo porque quería encajar… Todo lo que he vivido para desaprender lo que me enseñaron bien me podría llevar a protagonizar la próxima saga de Stieg Larsson qed.
Suena increíble, pero la aventura ha sido jugar mi propio papel, pensar como quiero pensar, sentir lo que quiero sentir y actuar como me venga en gana. Si tú eres hombre esto te parecerá lo más absurdo del mundo, pues para ti resulta de lo más sencillo ser y hacer. Si este es el caso, déjame decirte que hay otra parte del mundo -la mayoría- que no tiene esa libertad de la que tú gozas, ¿el motivo? Nacer mujer.
Muchas cosas han pasado desde que decidí hacer mía mi vida, he causado enojos y decepciones, a veces me he quedado sola y muchas otras he querido volver arrepentida a mi papel de actriz. Afortunadamente he sido fuerte y me he rodeado de personas que también están viviendo su propio rol, esa ha sido una gran ayuda e inspiración.
No sé si esta vida sea mejor o peor que la idea que me habían heredado, solo sé que es mía, casi por completo, hasta donde se puede lograr mientras permaneces dentro de esta cultura. Por ahora esto me basta para descansar tranquila cada noche. Seguramente vendrán más batallas -propias de cualquier mujer de la época- por librar y me gusta pensar que estoy lista para seguir siendo yo.